AVATAR O EL ANTICAPITALISMO INGENUO

Carlos Molina Velásquez
Contrapunto

La ciencia ficción que representa este filme, reproduce junto a la utopía imaginada, otra construcción fantástica que nos muestra el mundo tal como llegará a ser si las cosas siguen como están.



La reciente cinta Avatar recaudó millones en sus primeras semanas de presentación y algunos medios han señalado que su éxito podría estar relacionado con la crítica al capitalismo imperialista y al militarismo estadounidense. La historia muestra una alianza maléfica entre los militares y las grandes empresas para apoderarse de los valiosos recursos minerales de Pandora, una lejana luna poblada por enormes humanoides azules.

Según la religión hindú, un avatar es la encarnación terrestre de una deidad, aunque la palabra también puede entenderse como sinónimo de “transformación”. Creo que este último sentido es el que más resuena en la película de James Cameron. Los humanos pueden “reencarnar” en sus avatares, que son híbridos de humanos y Na’vi, los indígenas de Pandora. Mediante este artilugio, los invasores humanos pueden descubrir las debilidades de sus anfitriones. Pero el plan fracasa porque los avatares son transformados por la cultura y la exuberante vida de la luna verde. Jake (Sam Worthington), militar parapléjico que se enamora de Neytiri, una princesa Na’vi (Zoe Saldaña), y la científica Grace Augustine, interpretada por una madura Sigourney Weaver (lo que ya nos avisa que la cosa se pondrá dura y sangrienta), se unen a los Na’vi en su lucha para defender la luna de los mercaderes de muerte humanos. La victoria será posible gracias a la intervención de la red vital de Pandora, una especie de Internet formada por cadenas de ADN, los espíritus de los muertos, y todo viviente consciente y listo para el combate. Finalmente, los representantes comerciales de las transnacionales y sus “rambos” interplanetarios son expulsados de Pandora, para regocijo de los Na’vi.

Más allá de las naves espaciales y los mundos de otras galaxias, Avatar es ciencia ficción porque reproduce, junto a la utopía imaginada, otra construcción fantástica que nos muestra el mundo tal como llegará a ser si las cosas siguen como están. Esta metatopía y metacronía (Umberto Eco) se nos revela en la cinta con una realidad brutal, a pesar de que no tenemos imágenes visuales de la misma: Nunca vemos a la contaminada y sombría Tierra del futuro, sino a la más bella y pura de nuestro pasado imaginado (Pandora).

Efectivamente, la visión de los Na’vi danzando al unísono, sus costumbres pacíficas y su armonía con el entorno son una hábil construcción. El romanticismo del “buen salvaje” es inseparable de esa idea de “lo indígena” como sabiduría, equilibrio y salud; en todo caso, una imagen bastante dudosa. Ya en la cinta encontramos situaciones que podrían invitarnos a reflexionar sobre la legitimidad de la cacería de animales para sobrevivir o la conveniencia de la estructura social patriarcal de los Na’vi, jerarquizada y ligada a supersticiones, de las cuales no están libres muchos de los mal llamados “pueblos originarios”. Pero lo más importante es que los pueblos terrestres en los que pudieron inspirarse para imaginar a los Na’vi se quedaron definitivamente en nuestro pasado, un lugar al que no podemos retornar. Los Na’vi pueden respirar tranquilos (al menos mientras los terrestres no regresen con bombas nucleares), pero no hay esperanza para la humanidad. Por desgracia, nuestro lugar en la cinta está con los derrotados que regresan sucios y con mirada torva a su oscuro y podrido planeta.

En Avatar, los alienígenas son los terrícolas, que llegan ofreciendo chucherías a los nativos, resultando mucho más sutiles que las langostas de El día de la independencia (Roland Emmerich, 1996), cuya finalidad era exterminar —en poco tiempo y con eficacia— a la humanidad, consumir los recursos de la Tierra y luego largarse a otro planeta. Esta versión del imperialismo de exterminio, al mejor estilo de los nazis y su bien planificado holocausto, nos recuerda que el fascismo no es un “capricho de la naturaleza”, sino el producto natural del desarrollo del mismo capitalismo: “civilización occidental in extremis” (Johan Galtung). Pero, en Avatar, las maneras del capitalismo son diferentes: un imperialismo con relaciones públicas y “responsabilidad social” —darles carreteras a cambio de sus recursos—, y la destrucción en nombre del progreso y la civilización. Lamentablemente, la historia más reciente ha demostrado que ambos estilos del imperialismo capitalista pueden ser utilizados según se necesite, incluso al mismo tiempo: Que Barack Obama continúe con la ocupación y el exterminio en Afganistán no impide que se alce como el político del smart power.

No obstante, la debilidad de Avatar es que recurre al extremismo para pintar su anticapitalismo, así como El día de la independencia lo hace con su interpretación de las estrategias que utilizan los imperios que buscan el control absoluto de los recursos. A mi juicio, podemos ver una concepción de la resistencia al capitalismo mucho más satisfactoria en Sector 9 (Neill Blomkamp, 2009), una película que pasó sin pena ni gloria por nuestras salas de cine: los agentes de la resistencia son alienígenas que tienen que luchar contra una empresa fabricante de armas, la cual se esfuerza por instaurar las viejas glorias del apartheid a expensas de los recién llegados, al mismo tiempo que quiere aprovechar la tecnología alienígena para fabricar armas más destructivas.

En Sector 9, la lucha no la hacen seres surgidos de un paraíso terrenal, como pasa con los Na’vi, sino unos “langostinos” que comparten con nosotros todas las virtudes y vicios de nuestra humana condición. En lo esencial, son como nosotros: hay científicos y villanos, padres responsables y amorosos, así como adictos y asesinos. Debido a esas semejanzas fundamentales, Wikus (Sharlto Copley), víctima y héroe humano de la cinta, no sólo es capaz de ponerse al lado de los aliens, sino que logra transformarse en uno de ellos, pero sin adoptar el papel de Mesías —como pasa con el Jake de Avatar— y conservando lo más radical de su humanidad: su posibilidad de amar, la capacidad de sobreponerse a sus limitaciones, y el compromiso con los más débiles en su lucha por la vida, la verdad y la justicia.

Un mensaje claro de Sector 9 es que la tecnología llegó para quedarse y cualquier lucha contra el capitalismo imperial no podrá darle la espalda. La unión de langostinos y humanos para derrotar a la transnacional y sus esbirros usa la tecnología como arma de salvación, y la esperanza de redención es inseparable de lo que tecnológicamente podamos pensar y realizar. Pero no sólo se trata de eso. El mismo capitalismo ha transformado de tal manera al mundo que lo que pueda venir tendrá que contar con esas transformaciones, para bien y para mal. Cualquier imaginación de la sociedad postcapitalista tendrá que renunciar a la tentación de Pandora. No hay vuelta atrás, sobre todo cuando tenemos dudas razonables sobre si existió alguna vez un Edén. Tampoco hay Gaia, “web de almas”, ni manadas de rinocerontes multicolores que podamos dirigir contra las excavadoras de las transnacionales y los misiles del Pentágono. Contra el imperialismo lucharemos tecnológicamente o no lucharemos para nada.

Resulta interesante que, a veces, para ver mejor nuestro futuro tengamos que recurrir a un tipo de ficción dirigida hacia el pasado. Este es el caso de Bastardos sin gloria, la más reciente película de Quentin Tarantino (2009). A diferencia de las cintas analizadas arriba, se trata de una ucronía, es decir, la imaginación de los hechos del pasado de manera distinta a como sucedieron realmente: la historia como pudo ser. Pero lo de Tarantino va más allá de asesinar a Hitler en una sala de cine y acabar con la Segunda Guerra Mundial de manera distinta a lo que sabemos que pasó. Lo grandioso es el shock que provoca la visión cruda y cínicamente realista de la guerra contra el fascismo: la saga de Shoshanna (Mélanie Laurent) no es empujada por un afán de justicia, sino por la sed de venganza; la guerra no es heroísmo sino villanía. Y a diferencia de lo que sucede con los militares de Avatar, villanos que se justifican en aras del progreso, los “apaches” del teniente Aldo Raine (Brad Pitt) no necesitan apelar a la civilización para usar las tácticas más viles contra los bastardos nazis: para tener éxito en su misión, les basta con su propio gusto por la sangre.

La historia oficial del heroísmo es transformada en los rostros más creíbles que nos proporcionan el cómic, el cine negro y el Spaghetti Western que Tarantino combina para nuestro deleite. Y esto puede ser muy útil para vernos sin cortapisas, no bajo las facilonas visiones del Mesías azul montado en una dragón o la indígena que rezuma pureza. No digo que haya que dejar de pensar en ideales o que nuestra sociedad y nuestro planeta no puedan ser mejores, pero es preciso insistir en que no hay escape al futuro ni refugio en un pasado renacido. Cualquier transformación tendrá que sobrellevar una basta carga de humanidad.

Nuestra dependencia del mundo tecnológico que hemos creado es innegociable. Tampoco podemos escapar de donde nos hallamos: no hay otra Tierra a la que podamos enviar al capitalismo (no somos tan afortunados como los Na’vi) y tampoco podemos esperar que la lucha será limpia o sin consecuencias. Y como en la historia de los fascinantes bastardos, es posible que la fuerza en el combate la obtengamos de nuestros más bajos instintos.

Fuente: http://www.contrapunto.com.sv/index.php?option=com_content&view=article&id=2099:avatar-o-el-anticapitalismo-ingenuo&catid=35:columnistas&Itemid=55

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