MI AMIGA LA PANTERA



Nikos Kazantzakis el griego
«El creador lucha contra una materia invisible, una materia superior a él. Y de esta lucha, también un gran vencedor sale vencido ya que nuestro más profundo secreto-el único que merecería ser dicho -permanece siempre inexpresado. El creador rechaza el dejarse limitar por los contornos materiales del arte. Cada palabra le exige un considerable esfuerzo. Mira un árbol, una flor, un héroe, una mujer, la estrella de la mañana, y no puede lanzar más que un ¡Oh! de admiración. Su corazón no puede dar cabida a otra cosa. Y cuando, al analizar este ¡K.O.!, lo quiere transformar en pensamiento, en obra de arte, para transmitirlo a los hombres, la evasión de su propia muerte no hace más que envilecerle al expresar palabras desvergonzadas, llenas de aire y de imaginación.

Una noche tuve un sueño. Inclinado sobre un montón de papeles escribía, jadeante, como si estuviera dispuesta a subir una abrupta cuesta. Hacía esfuerzos desesperados para obtener el resultado apetecido, peleándome con las palabras, intentando domesticarlas…Pero las palabras se encabritaban como caballos salvajes. De repente, mientras estaba inclinado, noté que sobre mi cabeza se posaba una densa mirada. Levanté los ojos. Vi ante mí un enano de barba negra y larga hasta el suelo y que me miraba con desprecio al tiempo que meneaba lentamente su gorda cabeza. Asustado, volví de nuevo al trabajo, pero aquella mirada inexorable me traspasaba el cráneo. Cuando levanté de nuevo la cabeza, el enano seguía allí, triste y desdeñoso. Súbitamente -lo cual jamás me había ocurrido-un sentimiento de repugnancia por los papeles, los libros y los lápices, por el esfuerzo sacrílego que yo desplegaba con la finalidad de encerrar mi alma dentro de moldes de belleza.

Aquella repugnancia persistía cuando me desperté. Entonces, una severa voz se elevó en mí. Era una voz familiar, pero esta mañana por primera vez, la oía con toda claridad:

-¿No te da vergüenza? ¿No tienes piedad de ella?

-¿De quién?

-De tu alma. Deja, pues, todos esos papeles y levántate.

-No hables tan alto. Lo sé, pero no puedo evitarlo. Por lo tanto, estoy seguro de que un día lo conseguiré.

-Efectivamente, los débiles lo saben, pero no pueden. Por eso son débiles. Sensibles y timoratos, se pasan la vida pesando el “si” y el “no” en una balanza de precisión y mueren sosteniendo esta balanza. Y Dios, no sabiendo en dónde ponerlos-en el Infierno lo embellecerían-, en el Paraíso lo mancillarían-, los hace colgar por los pies entre la vida y la eternidad. Tú no eres más que un ser despreciable y me da vergüenza arrastrarte por todas partes detrás de mí.

Me encolericé.

-¡No!-me grité a mi mismo-. ¡Yo no soy despreciable! He probado ya varios caminos, pero en el extremo de cada uno, en lugar de la victoria, encontré infaliblemente un abismo. Entonces volví sobre mis pasos.

-Con toda seguridad era tu incapacidad lo que encontraste. Llamamos abismo a lo que no podemos abarcar. El abismo no existe. Solamente existe el alma humana y es ella la que da un nombre a cada cosa, según su valor o su cobardía. ¡No eres más que un cobarde!

Bajo el doloroso efecto de estas palabras, me sobresalté.

-¿Quién eres, pues? Tu detestable voz la oigo cada vez que llego a una encrucijada, cada vez que dudo en la elección de un camino.

-Y la oirás siempre en cada una de tus huidas.

-Yo no huyo…Voy siempre hacia delante abandonando todo lo que amo, desgarrando mi corazón…

-¿Hasta cuando actuarás de esa manera?

-Hasta el momento en que alcance la cumbre. Allí, descansaré-

-Sin embargo, no existe cumbre; existe solamente altitud. No existe descanso, existe solamente lucha. Tu cuerpo, tu alma, tu espíritu me causa horror. Rehúso ser tu compañero de viaje.

Noté entonces un agudo dolor en el corazón, como si mi pecho fuera desgarrado por las zarpas de una fiera.

Callé. La voz que cantaba el aire salvaje de las batallas, ¿era la de una de las sirenas que yo había capturado -o que me había capturado-durante uno de mis viajes? Efectivamente, recordaba que aquella voz inexorable me había acompañado durante todos mis peregrinajes. ¿Qué palabra-cepo tenía que componer para poder atraparla y poder contemplar su rostro? No tenía, pues, todavía ni forma ni consistencia, era simplemente una voz, como si fuera un corazón nuevo, un corazón sin angustia, sin deseo, un corazón terreno y en llamas, traspasando, es decir, aplastando al hombre.

En espera de conocer su verdadero nombre, la llamé “mi compañera Pantera”.

Después, viajamos siempre juntos. Junto lo vimos y lo gustamos todo. Partimos el pan y el vino en todas las mesas del extranjero. Sufrimos juntos y juntos disfrutamos las montañas, las mujeres y las ideas.

Cuando, cargados de botín, y cubiertos de heridas, regresamos a nuestra celda desierta, la Pantera, silenciosa, se instala en mi cabeza. Este es su hito. Se instala en mi cabeza y ambos mudos-mientras ella hinca sus garras en mi carne-, pensamos en lo que ya hemos visto y en la que todavía tenemos que ver. Con un placer común comprobamos lo siguiente: el mundo visible e invisible es un misterio inexplicable, profundo, inaccesible, más allá del espíritu, del deseo y de la certidumbre. De este modo charlamos mi pantera y yo y esto nos divierte por ser tan duros, tan tiernos y tan insaciables. Reímos, jugamos y nos arañamos igual que dos amantes, y nos separamos cubiertos de sangre.

Alegra vivir, caminar sobre la tierra, jugar sin miedo con la Gran Pantera y despertarse una hermosa mañana gritando:

“¡Las palabras! ¡Las palabras! Yo no tengo a mis órdenes más que veintiséis soldados de plomo y, sin embargo, decreto la movilización y alzo a un ejército para derribar la Muerte. Yo pondré en pié a mis veintiséis piezas para capturar al Invisible”.

Y la Pantera, encima de mí, se ríe, pues sabe que no se puede capturar al Invisible. Yo también lo sé y río con ella, pero el valor del hombre reside precisamente en el hecho de buscar y de ser consciente del Imposible.

Veo ya brillar en mi imaginación costas azules, montañas quemadas por el sol, islas, mujeres con la cabeza cubierta con una pañoleta blanca…

-¿Aún otra nueva salida? ¿Esta vez hacia dónde?-dice la voz zumbona de mi compañera-. No voy contigo.

Pero yo sé que me seguirá, ya que ella no me abandona y yo no la abandono. No tengo más que levantar la mano y darle la consigna:

-¡Vamos en marcha!»

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