PIANTAO O LOCO DE JULIO CORTAZAR




La palabra piantado es una de las contribuciones culturales del Río de la Plata. Los lectores al norte del paralelo 32 tomarán nota de que viene de 'piantare', en italiano mandarse mudar, aceptación ilustrada por un rotundo tango donde también se oye el ruido de rotas cadenas: Pianté de la noria... ¡se fue mi mujer!

Nótese que el que se va está ido, voz que castizamente significa chiflado; al importar e imponer a los piantados en detrimento de los idos, reiteramos los argentinos una de nuestras más caras aspiraciones que, como todo el mundo sabe, consiste en sustituir una palabra española por otra italiana siempre que sea posible, y sobre todo si no lo es. Yo, por ejemplo, de muy chico era un ido, pero hacia los doce años alguien me trató de piantado y la familia adoptó el neologismo con arreglo al sano principio precedente. Desde luego el interior del país está menos expuesto a estas sustituciones terminológicas, y es justo decir que si la capital se enorgullece de un meritorio porcentaje de piantados, en cambio nuestras provincias continúan repletas de idos; la querella lingüística no tiene importancia frente a la esperanza de que la suma de idos y piantados alcance algún día a contrarrestar la influencia de los cuerdos, con los cuales nos está yendo hasta ahora como usted sabe.

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La diferencia entre un loco y un piantado está en que el loco tiende a creerse cuerdo mientras que el piantado, sin reflexionar sistemáticamente en la cosa, siente que los cuerdos son demasiado almácigo simétrico y reloj suizo, el dos después del uno y antes del tres, con lo cual sin abrir juicio, porque un piantado no es nunca un bien pensante o una buena conciencia o un juez de turno, ese sujeto continúa su camino por abajo de la vereda y más bien a contrapelo, y así sucede que mientras todo el mundo frena el auto cuando ve la luz roja, él aprieta el acelerador y Dios te libre.

Para entender a un loco conviene ser psiquiatra, aunque nunca alcanza; para entender a un piantado basta con el sentido del humor.
Todo piantado es cronopio, es decir que el humor reemplaza gran parte de esas facultades mentales que hacen el orgullo de un prof o un doc,
cuya sola salida en caso de que les fallen es la locura, mientras que ser piantado no es ninguna salida sino una llegada. [...] Pruebas al canto: Viene y dice usted es marco polo no le digo sí que es me dice y cómo lo sabe le digo por ese paquete que lleva en la mano me dice no veo relación le digo yo sí me dice a ver le digo marco polo importó los fideos me dice y entonces qué le digo usted lleva un paquete de fideos me dice pero esto no es un paquete de fideos sino de azúcar le digo usted está loco me dice el loco es usted le digo no señor usted es el que está loco si no sabe que es marco polo me dice.

Este diálogo velocísimo ocurrió en la esquina de la rue Blomet y la rue des Favorites y coincidió con una de mis épocas más porosas, me bastaba salir a la calle o abrir una carta o levantar el tubo del teléfono para que ahí no más se me descolgara un piantado. En mi juventud conocí a unos cuantos, pero siempre de lejos, muy serio, sin darme, en aquel entonces yo también por pura delicadeza iba perdiendo mi vida, me quedaba obstinadamente en la cordura (sigo, pero siempre como de vuelta, asombrándome). En esa época en que iba conociendo de lejos a algunos piantados, irrumpe por derecho propio don Francisco Musitani, que vivía en el pueblo de Chivilcoy y amaba de tal manera el verde que su casa lo estaba íntegramente y para más seguridad se llamaba "La Verdepura"; su santa esposa y apabullados hijos andaban vestidos de verde como el jefe de la familia, que cortaba y cosía personalmente la ropa de todos para atajar cismas y heterodoxias, y que se paseaba por el pueblo en una bicicleta verde en cuyo manubrio, si recuerdo bien, había entre cuatro y siete campanillas y cornetas de diferentes tamaños, sonidos y finalidades (para la esquina, la media cuadra, la vereda de los pares o los impares, la plaza, el domingo, etc.). Don Francisco Musitani tenía en el banco una barbaridad de plata que había ganado vendiéndoles fonógrafos a los paisanos en la época en que las victrolitas His Master's Voice iban imponiendo literalmente su marca de fábrica en la economía rural argentina. Armado de victrolas con bocinas infaltablemente verdes, nuestro amigo recorría las estancias en un sulky verde tirado por un caballo verde; este caballo, víctima de la misma pasión que llevó a Leonardo a dorar a un niñito para una alegoría en casa de los Sforza, no tardó en morirse por asfixia cutánea o como se llame: en mi tiempo quedaban aún testigos de su paso por los ranchos y de la acentuada estupefacción de los paisanos.

Gran piantado, Don Francisco era consecuentemente genial. Así, al construir "La Verdepura", decidió que un acentuado declive desde las habitaciones del fondo hasta la calle simplificaría enormemente las labores de limpieza a cargo de su esposa; bastaría así echar un balde de agua en el fondo de la casa para que este dócil elemento se volcara en la calle llevándose todas las pelusas (verdes). Y no es por nada que he citado las pelusas: Don Francisco odiaba las panaderías que acondicionan el pan en bolsas y sacos pues sostenía que las pelusas de la arpillera ponían en peligro la salud popular. Todos los años, los muchachos del Colegio Nacional le pedían para la fiesta de fin de curso una conferencia sobre los peligros de la pelusa, y Musitani se presentaba con su mejor traje verde y varios panes contaminados que exhibía ante un público que creía vengarse así de una excentricidad que lo desasosegaba. Asistí a la conferencia de 1942, vi cómo se fabrican las buenas conciencias colectivas; aquel piantado, tan solo frente a la horda de cuerdos satisfechos y de chiquilines ya embarcados en la recta vía, tenía algo de heraldo absurdo, de botella verde que flota en la orilla con su mensaje que nadie entenderá porque no ha sido escrito con la mano derecha y tampoco con la izquierda. Y, claro, ellos lo aplaudían con las dos.

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