PRESENTE Y FUTURO DE LA REVOLUCION CUBANA

03 Ene 2009

¿Por qué Raúl eligió una fecha tan sensible como el 50 aniversario para volver a presagiar el peligro de una posible autodestrucción de la Revolución cubana? La perspectiva no es nueva: Raúl repite a su hermano Fidel, que ya el 2005, en un histórico discurso en la Universidad de La Habana habló de la posibilidad de que la propia sociedad decida disolver la Revolución.

Si hay algo transparente tiene Cuba, es el discurso de algunos de sus dirigentes más representativos. El festejo del 50 aniversario de la Revolución Cubana fue, al menos, opaco. Si algo no emanó del discreto acto montado en Santiago de Cuba, fue entusiasmo y grandes anuncios. Hasta el saludo de Fidel, "filósofo residente" de la Revolución, publicado en el Granma, fue escueto, casi sin energías: apenas dos líneas.

El aniversario de la caída del dictador Batista encontró a Cuba no sólo sumida en los problemas generados por el último y devastador huracán, sino también embarullada en el desaliento de gran parte de sus ciudadanos, y por lo enunciado, también de sus dirigentes.

Algo es verdad en esta encrucijada: el desaliento y el pesimismo de los cubanos tiene mucho en común con el resto del planeta. Cada cual en su sistema, es difícil en este 2009 encontrar ciudadanos esperanzados en el futuro.

Para colmo, muchos factores juegan en contra de los sueños de la isla. Luego de un periodo de romance inicial, y de palabras de seducción y buena voluntad de orilla a orilla, la posibilidad de que Obama dé pasos para levantar el bloqueo parece haberse enfriado. La invectiva de Raúl contra esa potencia que "siempre será agresiva" bien puede reflejar esa perspectiva.

Y aparte del embargo: ¿Cuál es el principal problema de Cuba, hoy? La deriva ideológica, muy incierta, de su propia población. Caído el entusiasmo revolucionario de las viejas generaciones, desaparecidas las estructuras del socialismo que durante los 70 y 80 alimentaron certezas, y superados los momentos más dramáticos de los 90, lo más difícil está por venir.

Cuando cayó la Unión Soviética y comenzó el "doble bloqueo", el Período Especial galvanizó a la población en torno a un objetivo: sobrevivir. Ahora que la economía se recupera, parecen aflorar más divisiones y tensiones sociales que en los peores momentos del 93 y 94, cuando la hambruna amenazó al país. Es que las nuevas generaciones están hartas de las restricciones del presente, del progreso a paso de tortuga, y nunca vivieron los beneficios de las primeras tres décadas del proceso.

Hoy los medios corporativos ofrecen una imagen errónea de un país congelado en viejas consignas y en un verticalismo absoluto. En realidad, la sociedad cubana tiene muchas instancias de participación y debate: algunas realmente extraordinarias. Por ejemplo, hace dos años el Gobierno convocó a un proceso gigante de asambleísmo popular para elevar propuestas destinadas a resolver los problemas de la economía. Cientos de reclamos y posibles soluciones fueron elevadas al Gobierno.

Sin embargo, los cambios no son fáciles de implementar. La puja actual en Cuba se da entre inmovilistas y reformistas por un debate de enmarañada solución: el edificio actual tiembla por defectos de construcción. ¿Cómo re-inventarlo, sobre las mismas bases o sobre bases nuevas, sin correr el riesgo de que abruptamente se desplome? ¿Qué ladrillos mover primero y cuáles mover después? ¿Y si el nuevo edificio no alcanza para albergar a todos? ¿Y si termina siendo peor que el que ya tenemos?

Por esta trabazón, Cuba puede terminar comportándose como los miembros de una familia hartos de soportarse a sí mismos al cabo de una larga travesía: las víctimas perfectas de cualquier mal negocio, del primer escape irreflexivo e inconducente que aparezca. La separación y la desintegración pueden resultar bienvenidas ante la necesidad de buscar oxígeno individual, de sentirse individuos libres de la carga familiar, de desembarazarse de los viejos y los inútiles, y correr hacia el espejismo más cercano.

Pero no nos engañemos: vender las acciones de la empresa familiar para poner un kiosco personal sólo refleja un estado mental, no necesariamente una ecuación sensata basada en el cálculo costo-beneficio.

"No nos engañemos", dijo Raúl. Un acuciante problema en Cuba es la ausencia de un marco regulador para mantener un adecuado nivel de exigencias en el trabajo. Pero más grave es la falta de motivaciones de la sociedad para realizarlo. Raúl, que antes de ser presidente fue el gestor de un holding de empresas que aportan el 60 por ciento de los ingresos de la isla, sabe de lo que habla y muestra su preocupación en muchos discursos. Preocupación por la indisciplina, por el trabajo mal hecho, por "la ausencia de exigencias en todos los niveles". Sus palabras parecen preanunciar el fin de la gratuidad en muchos renglones de la economía, y el abandono gradual de la política del estímulo moral. Y en sus repasos se registra la ausencia de soluciones para el principal problema económico luego del derrumbe de los años 90: el salario pulverizado, que nunca alcanzó a recuperarse, y que "justifica" la dejadez y el abandono.

La consigna "Resistir" encarna muchos valores, pero no transmite la idea de un futuro inmediato más atractivo. Raúl podría haber citado algunas de las obras más grandiosas del gobierno en las años del Periodo Especial: haber construido una industria médica y farmacéutica de exportación que aporta el 30% de los ingresos de divisas al país. O haber improvisado, en el mismo tiempo, una industria turística que aporta otro 40 por ciento, en medio de la catástrofe del "doble bloqueo". Pero el problema es que, de todos modos, no alcanza. Los números no cuadran. La construcción, por ejemplo, avanza a paso de tortuga en medio de la desesperación de los miles que no pueden acceder a su vivienda propia. Y la impaciencia gana las mentes y los corazones.

Por eso los principales elogios del presente son siempre para hazañas del pasado.

¿Es que acaso Cuba es el fracaso de un sistema económico frente al éxito de otro? No. Por el contrario, si medimos recursos y resultados, los números de la macroeconomía dicen que Cuba es más eficiente para mantener saludable y educada a la población que muchos estados del resto del mundo.

Cuando la prensa capitalista machaca con su discurso sobre las estrecheces de la vida de los cubanos, no sólo oculta las condiciones forzadas en que se debe desenvolver la economía de la isla, sino también que el mundo entero es hoy un verdadero muestrario del fracaso general de la humanidad para gestionar un mejor futuro para todos.

De un lado, las dificultades de una Cuba solitaria para articular un sistema que dé soluciones para todos.

Del otro, la incapacidad de la comunidad global para articular un sistema que, aunque más no sea, dé soluciones para algunos. Y que no quede demasiada gente afuera.

En ninguno de los casos los resultados pueden considerarse satisfactorios. Pero si Cuba declina como potencia espiritual, como laboratorio de políticas sociales, como fuente inspiradora de valores humanistas, tendrá ciertamente un impacto significativo sobre el diseño del mundo que viene.

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