Meditación en el Umbral (y otros poemas de Rosario Castellanos)


Rosario Castellanos

Meditación en el umbral

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame
Safoni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.


El día inútil

Me han traspasado el agua nocturna, los silencios
originarios, las primeras formas
de la vida, la lucha,la escama destrozada, la sangre y el horror.
Y yo, que he sido red en las profundidades,
vuelvo a la superficie sin un pez.


El encerrado

Cara contra los vidrios, fija,
estúpida, mirando sin oír.
Aquí afuera sucede lo que sucede: algo.
Relampaguea una nube,
se alza un ventarrón,
sube una marejada o una llanura
queda quieta bajo la luz.

Las especies feroces
devoran al cordero.
El látigo del fuerte
chasquea sobre el lomo
del miedo y la cadena
del opresor se ciñe
a los tobillos
de los que nunca ya podrán danzar.
Uno persigue a otro, lo alcanza,
lo asesina.

Y tú presencias todo,
maravillado, ajeno,
sin preguntar por qué.


Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos.
¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
—antes que lo devoren— (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.

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